Con absoluta certeza puedo decir que nació en Forlì. Se llamaba Giovanni, igual que yo. Igual que el condottiero delle Bande Nere. Tenía el rostro de un niño y los ojos de un anciano. Parecía distante, secreto. Incluso su voz parecía llegar desde los días de Roma.
Nadie más solía escucharlo. Perdían la paciencia frente a su voz pausada, sus silencios. Yo me quedaba porque las ruinas merecen ser recorridas con reverencia.
Conversando una tarde, comenté que cierta acción militar, una emboscada en Governolo, había sido tan definitiva como el Juicio Final. Recuerdo que respondió:
–Sí, definitiva e innecesaria, como el Juicio Final.
Le pregunté por qué, y me contó esta historia:
Vivió una vez un hombre llamado Giovanni, nacido en Forlì. Desde muy joven demostró habilidad en la equitación y en el manejo de la espada. Cometió su primer asesinato a los doce años y fue desterrado dos veces de Florencia; la segunda, por un crimen del que nadie habla en voz alta.
Dijo que, durante la Última Guerra de los Condottieri, había combatido en Governolo del lado de la Liga, y que había visto los ojos moribundos del marqués del Vasto, quien murmuró:
–No estoy vencido; estoy muerto.
Esas palabras, supe después, no figuran en más de una crónica.
Giovanni también me dijo que había mostrado cobardía en aquella batalla. Rompió filas, arrojó su arma y huyó.
Clarice Strozzi, hija de Piero el Desafortunado, lo llamó alguna vez indigno del nombre Medici (lo bautizó il Moro, con desprecio).
Desde entonces vivió con vergüenza, bajo un nombre falso.
Me repitió esa y otras historias muchas veces, durante las largas y adormecidas tardes de 1529.
Su ausencia fue abrupta. Ninguno de los que lo conocían supo decirme si se había marchado, enfermado o simplemente desaparecido.
El 6 de enero de 1537, fue asesinado en Florencia durante la noche de la Epifanía.
Tal vez él no quería ser recordado. Tal vez su historia, como tantas otras, debía morir con su voz.
Dudé si escribir su historia… quizá para fijarla en un calendario que aún obedecía a Julio, mientras Gregorio aguardaba su turno para corregir los minutos perdidos durante las guerras entre papas y emperadores.
Visité Forlì. Hablé con quienes lo habían conocido. Pero la historia que contaban no era la que yo recordaba.
Me entregaron los Annali di Forlì de Andrea Bernardi, apodado Novacula por la navaja de su oficio.
“1526 - Giovanni de’ Medici, muerto en Governolo.”
Quienes aún evocan la magistratura de Gaio Livio Salinatore decían que, en la noche del 25 de noviembre de 1526, Giovanni fue alcanzado por un disparo de falconete que le destrozó la pierna por encima de la rodilla.
El cirujano Abramo, que ya lo había atendido antes, le amputó la extremidad. Para realizar la operación, pidió diez hombres que sujetaran al condottiero herido.
Pietro Aretino, testigo de los hechos, escribió:
“–Ni veinte hombres podrían contenerme —dijo Giovanni, sonriendo.
Acto seguido tomó una vela con la mano para iluminar su propia carne.
Huí, tapándome los oídos. Cuando regresé, me dijo:
–Estoy curado.
Pero Giovanni murió cinco días después. Dicen que fue de sepsis.”
No creo que me hayan mentido.
Tampoco creo que Giovanni lo hiciera.
He dejado estas páginas sin firma dentro del Annali di Forlì.
Que otro descubra a quién pertenecen, yo ya no tengo la certeza.